por qué no leo lo que los demás creen que debo leer
Hay muchos libros que sin duda nunca leeré en mi vida; pero hay otros que aunque a mi pesar sí he leído, nunca releeré, de hecho tres de ellos, novelas para ser exacto, fueron de esos textos que se leen no por placer sino por compromiso, y cuando el compromiso tiene que ver con algún curso, pues ni modo, El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, Rayuela de Julio Cortazar y Cien Años De Soledad de García Márquez, libros que a medio camino obligatoriamente me hicieron preguntarme qué hacía ahí y que nunca dejaron de parecerme terriblemente aburridos.
Éstas podrían llamarse las obras cumbre de esa religión laica que pareciera ser la literatura latinoamericana del siglo XX, con un amplio margen de feligreses, que por estas tierras, entre la escasa minoría que lee, suelen ser mayoría, pero que actualmente con dificultad los hallamos menores de 40 años, y que, aparte de lectores, se constituyen en defensores acérrimos de sus obras, situación que cuando los mismos tienen complejo de escritor alcanza niveles de fundamentalismo. Cuando uno, en un acto de honestidad, dice que no le gustan dichos libros o el resto de las obras de estos y otros autores que conforman el panteón, optan por censurarlo y excomulgarlo del plano intelectual latinoamericano; los más mesurados empiezan, con cierto dejo de compasión, como quien habla con un analfabeto, ha hacernos un largo inventario de las razones por las cuales, según ellos, uno como lector latinoamericano tiene forzosamente que gustar de las mismas, claro que también los hay de los que nos dan una serie de explicaciones, algunas más tontas que otras, de por qué esas obras son forzosamente parte de la gran literatura y que si uno no las ve como tales es porque es un total ignorante. En lo personal no puedo decir si los del Boom son buenos o son malos escritores, pero es innegable esa falta de conexión entre sus libros y las nuevas generaciones, pienso que a lo mejor y tiene mucho que ver el que las mismas fueron hechas para una época muy especifica, lo que al momento de un cambio de condiciones las hizo anacrónicas; esto sucede más que nada con El Señor Presidente, pero igual debe suceder con alguien extraño que al leerlas, es especial Cien Años De Soledad, se imagine una Latinoamérica mágica y al venir y bajarse del avión lo primero que se topa es con una valla publicitaria de McDonald´s, como en cualquier lugar del mundo, sólo que tachonada por los graffitis de alguna pandilla local, que será sin duda de los pocos localismos que nos quedan; y es que esa Latinoamérica de ensueños simplemente ya no existe o más bien nunca existió, tan sólo quedó anclada a los ideales de una época en la cual, en teoría, el factor ideológico pesaba demasiado en el trabajo intelectual, y digo en teoría porque esto tiene también mucho de ecuación mercadológica, encaminada a vendernos la típica pose del escritor mesiánico y buena onda con el pueblo. Esa falta de conexión también ha existido respecto a las nuevas generaciones de escritores, ya en Roberto Bolaño era más que notoria, pero con la llegada de Alberto Fuguet y Edmundo Paz Soldán, que por cierto también tienen cara de intelectuales serios y aburridos, con libros como McOndo o Se Habla Español, terminó por hacerse obvia; creando un verdadero pandemónium entre los feligreses del culto en cuestión, quienes no comprenden que nosotros crecimos en un medio desliteraturisado por razones ideológicas, y en el cual los únicos iconos intelectuales eran Gene Simons y Dee Snider, con todo lo poco políticamente correcto que esto pueda ser o sonar, es una realidad, por lo que para cuando, por compromisos académicos, nos acercamos a estas obras, ya no había ningún punto de conexión con las mismas, pues éramos más ciudadanos de Gotham City que de cualquier pueblo del altiplano latinoamericano en el que las mariposas fluctuaran libremente.
Éstas podrían llamarse las obras cumbre de esa religión laica que pareciera ser la literatura latinoamericana del siglo XX, con un amplio margen de feligreses, que por estas tierras, entre la escasa minoría que lee, suelen ser mayoría, pero que actualmente con dificultad los hallamos menores de 40 años, y que, aparte de lectores, se constituyen en defensores acérrimos de sus obras, situación que cuando los mismos tienen complejo de escritor alcanza niveles de fundamentalismo. Cuando uno, en un acto de honestidad, dice que no le gustan dichos libros o el resto de las obras de estos y otros autores que conforman el panteón, optan por censurarlo y excomulgarlo del plano intelectual latinoamericano; los más mesurados empiezan, con cierto dejo de compasión, como quien habla con un analfabeto, ha hacernos un largo inventario de las razones por las cuales, según ellos, uno como lector latinoamericano tiene forzosamente que gustar de las mismas, claro que también los hay de los que nos dan una serie de explicaciones, algunas más tontas que otras, de por qué esas obras son forzosamente parte de la gran literatura y que si uno no las ve como tales es porque es un total ignorante. En lo personal no puedo decir si los del Boom son buenos o son malos escritores, pero es innegable esa falta de conexión entre sus libros y las nuevas generaciones, pienso que a lo mejor y tiene mucho que ver el que las mismas fueron hechas para una época muy especifica, lo que al momento de un cambio de condiciones las hizo anacrónicas; esto sucede más que nada con El Señor Presidente, pero igual debe suceder con alguien extraño que al leerlas, es especial Cien Años De Soledad, se imagine una Latinoamérica mágica y al venir y bajarse del avión lo primero que se topa es con una valla publicitaria de McDonald´s, como en cualquier lugar del mundo, sólo que tachonada por los graffitis de alguna pandilla local, que será sin duda de los pocos localismos que nos quedan; y es que esa Latinoamérica de ensueños simplemente ya no existe o más bien nunca existió, tan sólo quedó anclada a los ideales de una época en la cual, en teoría, el factor ideológico pesaba demasiado en el trabajo intelectual, y digo en teoría porque esto tiene también mucho de ecuación mercadológica, encaminada a vendernos la típica pose del escritor mesiánico y buena onda con el pueblo. Esa falta de conexión también ha existido respecto a las nuevas generaciones de escritores, ya en Roberto Bolaño era más que notoria, pero con la llegada de Alberto Fuguet y Edmundo Paz Soldán, que por cierto también tienen cara de intelectuales serios y aburridos, con libros como McOndo o Se Habla Español, terminó por hacerse obvia; creando un verdadero pandemónium entre los feligreses del culto en cuestión, quienes no comprenden que nosotros crecimos en un medio desliteraturisado por razones ideológicas, y en el cual los únicos iconos intelectuales eran Gene Simons y Dee Snider, con todo lo poco políticamente correcto que esto pueda ser o sonar, es una realidad, por lo que para cuando, por compromisos académicos, nos acercamos a estas obras, ya no había ningún punto de conexión con las mismas, pues éramos más ciudadanos de Gotham City que de cualquier pueblo del altiplano latinoamericano en el que las mariposas fluctuaran libremente.